Los domingos... el paseo semanal, el cafecito en la confitería Dos Chinos; por que no los merengues gigantes con dulce de leche y los caramelos multicolores del Trust Pastelero, luego de la misa del domingo, un rito familiar santiagueño en ésos tiempos.

Transitar las callecitas de la Plaza Libertad, donde nos encontrábamos todos, familias completas... mientras nuestros padres conversaban, hacíamos uso de éste lugar, cual patio de nuestras casas.

No hubo calesita, parque de diversiones, circos, a donde toda la niñez santiagueña concurría, alegre, festiva, celebrando y vivenciando el amor filial.

Los barriletes, desplegados en el mes de agosto, en el Parque Aguierre, entre los lapachos florecidos, en el cielo de un azul celeste y el sol... únicos y brillantes como solo en Santiago se siente.

Sentarnos en la vereda; andar en bicicleta, tranquilos sin miedo; cambiarnos figuritas o papeles, de las colecciones que armábamos; leer y comentar Selecciones de Readers Digest; escuchar música, bailar... estudiar sin sentirnos presionados, juntos , con amigos y vecinos, entendiendo que era un hecho mas para nuestro crecimiento.

Ni que hablar de aquellos actos escolares, en donde realmente desplegábamos nuestra creatividad, y espiritu de equipo al trabajar... el sello distintivo era el esfuerzo compartido y la unidad para lograr un excelente resultado.

Por todo aquello aprendido, mis palabras de agradecimiento a todas esas personas que vivieron también lo mio, algunas que leerán estás líneas, y que tengo la certeza celebrarán conmigo

Un abrazo a todos y todas...y gracias por la niñez maravillosa que alimenta aún mis días.